El verbo ‘existir’ se
inventó, no hace tantos siglos; se inventó hace unos once o doce siglos, en las
escuelas del Viejo Dios, en las escuelas de Teología, se inventó precisamente
para Dios, no para otra cosa. Hacía falta un verbo que tuviera la bastante potencia
de engaño para sostener el imperio del Señor que entonces hacía falta. Se
inventó un verbo que, de una manera típicamente ambigua, quisiera decir ser el que se es, ser según lo que es; y
por otro lado quisiera decir que lo había
de eso, que estaba aquí presente. Las lenguas corrientes, la lengua de
verdad, la lengua que no es de nadie, la lengua no conoce tal cosa, como ese
trampantojo del existir. En lenguaje
corriente se dice hay: hay agua, hay pan, o no hay agua, no hay pan.
Cuando el ateísmo toma
una voz relativamente popular, jamás se le ocurrirá la estupidez de decir: Dios
no existe. Una estupidez que va contra el hecho mismo de que Dios es
precisamente el que existe. El pueblo desde abajo lo más que hará será aventar,
como tantas veces ha aventado: ¡no hay Dios! ¡no hay Dios!, empleando el
lenguaje corriente; pero si os dejáis coger por el existir estáis perdidos porque el verbo se inventó precisamente
para Dios y para sostener el Poder de Dios; el verbo por desgracia ‑esa es
nuestra desgracia‑ aunque partía de las escuelas y de la Teología , en todas las
lenguas de Europa se ha generalizado mucho, se ha hecho, no diré tanto como
popular, pero usual; se oye a cada paso, especialmente por labios de gente más
o menos pedante, como en el caso extremo de aquel locutor al que una vez oí
decir: «Mañana existirán algunos nublados...»
Decir que ‘existe’ es no
decir nada, pero esa es la virtud precisamente de ese verbo, porque cuando se
dice: «hay Dios» o «no hay Dios», Dios está en el decirlo, pero cuando se dice
«Dios existe» o «Dios no existe», Dios se queda fuera y parece que con el verbo
se está diciendo de él algo, como si se dijera: «es alto, es bajo, tiene
barbas, es viejo, es joven», no se dice nada. Cuando se dice «Dios existe», no
se dice nada, porque Dios ha quedado ya puesto en la primera parte de la frase (como
Sujeto) y la segunda (donde el predicado es el verbo mismo) es un vacío que se
añade, pero este vacío, este es el poderoso, este es el confirmador, este es el
que da la impresión de que eso de decir ‘existe’ o ‘no existe’ es decir algo,
precisamente cuando no se está diciendo nada.
¿Cómo Dios no va a
existir si no tiene otra cosa que hacer?
Anoto incidentalmente que en el
punto en que aparece la cuestión del uso no copulativo de la cópula en las
lenguas indoeuropeas, el uso, por decirlo brevemente, de έστі copulativo, con la función de ‘es’, como εστі, con la función de ‘hay’. Obsérvese que la reducción de ambas
funciones a una exige pensar en un mero signo de predicación, usado en una doble
condición sintáctica (y prosódica), para Predicación simple y para Predicación
compleja; que nuestras lenguas han ido continuamente generando índices del tipo
hay que eliminan la apariencia
bimembre de la predicación; y sólo en contra aparece en el lenguaje escolástico
y teológico‑pedagógico un verbo como ‘existe’.
Este verbo ‘existe’, impuesto como cultismo a todas nuestras lenguas desde el
lenguaje de la Escuela ,
que pretende presentar el índice de predicación (unimembre) como un Predicado,
que de por sí dice algo, tiene su Sujeto correspondiente en aquel nombre,
propiamente único, que en nuestras lenguas pretendía confundir en su
significación la de nombre común y la de nombre propio, el momento de deixis y anáfora con el de la significación: históricamente, en efecto, cabe
concebir Dios como una síntesis de Ζεύς y θεός. Pero nótese que jamás el ateísmo popular ha pronunciado
fórmula de tan íntima pedantería como
a) Dios no existe,
sino que lo que dice el ateísmo popular es solamente
a’) No hay Dios.
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